miércoles, 27 de marzo de 2024

Meditación sobre el Canon Romano, de Benedicto XVI

En esta víspera del Triduo Pascual,   transcribimos la magistral homilía del llorado Benedicto XVI en el Jueves Santo de 2009, hace 15 años.  Hemos añadido algunas fotografías propias, tomadas en templos de Buenos Aires.

Basílica del Santísimo Sacramento


Qui, pridie quam pro nostra omniumque salute pateretur, hoc est hodie, accepit panem. Así diremos hoy en el Canon de la Santa Misa. «Hoc est hodie». La Liturgia del Jueves Santo incluye la palabra «hoy» en el texto de la plegaria, subrayando con ello la dignidad particular de este día. Ha sido «hoy» cuando Él lo ha hecho: se nos ha entregado para siempre en el Sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. Este «hoy» es sobre todo el memorial de la Pascua de entonces. Pero es más aún. Con el Canon entramos en este «hoy». Nuestro hoy se encuentra con su hoy. Él hace esto ahora. Con la palabra «hoy», la Liturgia de la Iglesia quiere inducirnos a que prestemos gran atención interior al misterio de este día, a las palabras con que se expresa. Tratemos, pues, de escuchar de modo nuevo el relato de la institución, tal y como la Iglesia lo ha formulado basándose en la Escritura y contemplando al Señor mismo.

Lo primero que nos sorprende es que el relato de la institución no es una frase suelta, sino que empieza con un pronombre relativo: qui pridie. Este «qui» enlaza todo el relato con la palabra precedente de la oración, «…de manera que sea para nosotros Cuerpo y Sangre de tu Hijo amado, Jesucristo, nuestro Señor». De este modo, el relato está unido a la oración anterior, a todo el Canon, y se hace él mismo oración. En efecto, en modo alguno se trata de un relato sencillamente insertado aquí; tampoco se trata de palabras aisladas de autoridad, que quizás interrumpirían la oración. Es oración. Y solamente en la oración se cumple el acto sacerdotal de la consagración que se convierte en transformación, transustanciación de nuestros dones de pan y vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Rezando en este momento central, la Iglesia concuerda totalmente con el acontecimiento del Cenáculo, ya que el actuar de Jesús se describe con las palabras: «gratias agens benedixit», «te dio gracias con la plegaria de bendición». Con esta expresión, la Liturgia romana ha dividido en dos palabras, lo que en hebreo es una sola, berakha, que en griego, en cambio, aparece en los dos términos de eucharistía y eulogía. El Señor agradece. Al agradecer, reconocemos que una cosa determinada es un don de otro. El Señor agradece, y de este modo restituye a Dios el pan, «fruto de la tierra y del trabajo del hombre», para poder recibirlo nuevamente de Él. Agradecer se transforma en bendecir. Lo que ha sido puesto en las manos de Dios, vuelve de Él bendecido y transformado. Por tanto, la Liturgia romana tiene razón al interpretar nuestro orar en este momento sagrado con las palabras: «ofrecemos», «pedimos», «acepta», «bendice esta ofrenda». Todo esto se oculta en la palabra eucharistia.

Iglesia Ortodoxa Rusa de la Santísima Trinidad

Hay otra particularidad en el relato de la institución del Canon Romano que queremos meditar en esta hora. La Iglesia orante se fija en las manos y los ojos del Señor. Quiere casi observarlo, desea percibir el gesto de su orar y actuar en aquella hora singular, encontrar la figura de Jesús, por decirlo así, también a través de los sentidos. «Tomó pan en sus santas y venerables manos». Nos fijamos en las manos con las que Él ha curado a los hombres; en las manos con las que ha bendecido a los niños; en las manos que ha impuesto sobre los hombres; en las manos clavadas en la Cruz y que llevarán siempre los estigmas como signos de su amor dispuesto a morir. Ahora tenemos el encargo de hacer lo que Él ha hecho: tomar en las manos el pan para que sea convertido mediante la plegaria eucarística. En la Ordenación sacerdotal, nuestras manos fueron ungidas, para que fuesen manos de bendición. Pidamos al Señor ahora que nuestras manos sirvan cada vez más para llevar la salvación, para llevar la bendición, para hacer presente su bondad.

"Monumento" del Jueves Santo en la Basílica del Espíritu Santo

De la introducción a la Oración sacerdotal de Jesús (cf. Jn 17, 1), el Canon usa luego las palabras: “elevando los ojos al cielo, hacia ti, Dios, Padre suyo todopoderoso”. El Señor nos enseña a levantar los ojos y sobre todo el corazón. A levantar la mirada, apartándola de las cosas del mundo, a orientarnos hacia Dios en la oración y así elevar nuestro ánimo. En un himno de la Liturgia de las Horas pedimos al Señor que custodie nuestros ojos, para que no acojan ni dejen que en nosotros entren las “vanitates”, las vanidades, la banalidad, lo que sólo es apariencia. Pidamos que a través de los ojos no entre el mal en nosotros, falsificando y ensuciando así nuestro ser. Pero queremos pedir sobre todo que tengamos ojos que vean todo lo que es verdadero, luminoso y bueno, para que seamos capaces de ver la presencia de Dios en el mundo. Pidamos, para que miremos el mundo con ojos de amor, con los ojos de Jesús, reconociendo así a los hermanos y las hermanas que nos necesitan, que están esperando nuestra palabra y nuestra acción.

Después de bendecir, el Señor parte el pan y lo da a los discípulos. Partir el pan es el gesto del padre de familia que se preocupa de los suyos y les da lo que necesitan para la vida. Pero es también el gesto de la hospitalidad con que se acoge al extranjero, al huésped, y se le permite participar en la propia vida. Dividir, com-partir, es unir. A través del compartir se crea comunión. En el pan partido, el Señor se reparte a sí mismo. El gesto del partir alude misteriosamente también a su muerte, al amor hasta la muerte. Él se da a sí mismo, que es el verdadero «pan para la vida del mundo» (cf. Jn 6, 51). El alimento que el hombre necesita en lo más hondo es la comunión con Dios mismo. Al agradecer y bendecir, Jesús transforma el pan, y ya no es pan terrenal lo que da, sino la comunión consigo mismo. Esta transformación, sin embargo, quiere ser el comienzo de la transformación del mundo. Para que llegue a ser un mundo de resurrección, un mundo de Dios. Sí, se trata de transformación. Del hombre nuevo y del mundo nuevo que comienzan en el pan consagrado, transformado, transustanciado.

Hemos dicho que partir el pan es un gesto de comunión, de unir mediante el compartir. Así, en el gesto mismo se alude ya a la naturaleza íntima de la Eucaristía: ésta es agape, es amor hecho corpóreo. En la palabra «agape», se compenetran los significados de Eucaristía y amor. En el gesto de Jesús que parte el pan, el amor que se comparte ha alcanzado su extrema radicalidad: Jesús se deja partir como pan vivo. En el pan distribuido reconocemos el misterio del grano de trigo que muere y así da fruto. Reconocemos la nueva multiplicación de los panes, que deriva del morir del grano de trigo y continuará hasta el fin del mundo. Al mismo tiempo vemos que la Eucaristía nunca puede ser sólo una acción litúrgica. Sólo es completa, si el agape litúrgico se convierte en amor cotidiano. En el culto cristiano, las dos cosas se transforman en una, el ser agraciados por el Señor en el acto cultual y el cultivo del amor respecto al prójimo. Pidamos en esta hora al Señor la gracia de aprender a vivir cada vez mejor el misterio de la Eucaristía, de manera que comience así la transformación del mundo.

Después del pan, Jesús toma el cáliz de vino. El Canon Romano designa el cáliz que el Señor da a los discípulos, como «praeclarus calix», cáliz glorioso, aludiendo con ello al Salmo 23 [22], el Salmo que habla de Dios como del Pastor poderoso y bueno. En él se lee: «preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; …y mi copa rebosa» (v. 5), calix praeclarus. El Canon Romano interpreta esta palabra del Salmo como una profecía que se cumple en la Eucaristía. Sí, el Señor nos prepara la mesa en medio de las amenazas de este mundo, y nos da el cáliz glorioso, el cáliz de la gran alegría, de la fiesta verdadera que todos anhelamos, el cáliz rebosante del vino de su amor. El cáliz significa la boda: ahora ha llegado «la hora» a la que en las bodas de Caná se aludía de forma misteriosa. Sí, la Eucaristía es más que un banquete, es una fiesta de boda. Y esta boda se funda en la autodonación de Dios hasta la muerte. En las palabras de la última Cena de Jesús y en el Canon de la Iglesia, el misterio solemne de la boda se esconde bajo la expresión «novum Testamentum». Este cáliz es el nuevo Testamento, «la nueva Alianza sellada con mi sangre», según la palabra de Jesús sobre el cáliz, que Pablo transmite en la segunda lectura de hoy (cf. 1 Co 11, 25). El Canon Romano añade: «de la alianza nueva y eterna», para expresar la indisolubilidad del vínculo nupcial de Dios con la humanidad. El motivo por el cual las traducciones antiguas de la Biblia no hablan de Alianza, sino de Testamento, es que no se trata de dos contrayentes iguales quienes la establecen, sino que entra en juego la infinita distancia entre Dios y el hombre. Lo que nosotros llamamos nueva y antigua Alianza no es un acuerdo entre dos partes iguales, sino un mero don de Dios, que nos deja como herencia su amor, a sí mismo. Y ciertamente, a través de este don de su amor Él, superando cualquier distancia, nos convierte verdaderamente en partner y se realiza el misterio nupcial del amor.

Para poder comprender lo que allí ocurre en profundidad, hemos de escuchar más cuidadosamente aún las palabras de la Biblia y su sentido originario. Los estudiosos nos dicen que, en los tiempos remotos de que hablan las historias de los Patriarcas de Israel, «ratificar una alianza» significaba «entrar con otros en una unión fundada en la sangre, o bien acoger a alguien en la propia federación y entrar así en una comunión de derechos recíprocos». De este modo se crea una consanguinidad real, aunque no material. Los aliados se convierten en cierto modo en «hermanos de la misma carne y la misma sangre». La alianza realiza un conjunto que significa paz. ¿Podemos ahora hacernos al menos una idea de lo que ocurrió en la hora de la última Cena y que, desde entonces, se renueva cada vez que celebramos la Eucaristía? Dios, el Dios vivo establece con nosotros una comunión de paz, más aún, Él crea una “consanguinidad” entre Él y nosotros. Por la encarnación de Jesús, por su sangre derramada, hemos sido injertados en una consanguinidad muy real con Jesús y, por tanto, con Dios mismo. La sangre de Jesús es su amor, en el que la vida divina y la humana se han hecho una cosa sola. Pidamos al Señor que comprendamos cada vez más la grandeza de este misterio. Que Él despliegue su fuerza trasformadora en nuestro interior, de modo que lleguemos a ser realmente consanguíneos de Jesús, llenos de su paz y, así, también en comunión unos con otros.

Iglesia de Santa Magdalena Sofía Barat

Sin embargo, ahora surge aún otra pregunta. En el Cenáculo, Cristo entrega a los discípulos su Cuerpo y su Sangre, es decir, Él mismo en la totalidad de su persona. Pero, ¿puede hacerlo? Todavía está físicamente presente entre ellos, está ante ellos. La respuesta es que, en aquella hora, Jesús cumple lo que previamente había anunciado en el discurso sobre el Buen Pastor: «Nadie me quita la vida, sino que yo la entrego libremente. Tengo poder para entregarla y tengo poder para recuperarla» (cf. Jn 10,18). Nadie puede quitarle la vida: la da por libre decisión. En aquella hora anticipa la crucifixión y la resurrección. Lo que, por decirlo así, se cumplirá físicamente en Él, Él ya lo lleva a cabo anticipadamente en la libertad de su amor. Él entrega su vida y la recupera en la resurrección para poderla compartir para siempre.


Señor, Tú nos entregas hoy tu vida, Tú mismo te nos das. Llénanos de tu amor. Haznos vivir en tu «hoy». Haznos instrumentos de tu paz. Amén.

miércoles, 20 de marzo de 2024

Acerca del ministerio del lector

Dos breves notas publicadas varios años atrás por la revista Actualidad Pastoral, ambas referidas al correcto desempeño del ministerio del lector durante la misa.


***

La primera ("Lecturas") se refiere a la liturgia anglicana; hemos omitido los párrafos en los que se mencionan indicaciones  que se aplican exclusivamente al culto de esa iglesia.


Lecturas

Deben ser proclamadas -no simplemente leídas- pausada y enfáticamente. Suponen una cuidadosa preparación. Sobre el ministerio del lector transcribimos lo publicado en "Anglicanos" nº 27 - setiembre 1990.

El ministerio del lector

Leer las Sagradas Escrituras en los oficios públicos de la Iglesia es un privilegio y una gran oportunidad que se les ofrece a muchos laicos. Por eso, es imprescindible que se haga de forma tal que el mensaje de las Escrituras pueda ser presentado con dignidad y claridad para que sea asimilado por todos los presentes. En consecuencia, muchas iglesias tienen clases especiales para lectores. A continuación ofrecemos algunas sugerencias:

Lea las lecturas con anterioridad. Normalmente en la Iglesia se sigue un leccionario de modo que se sabe exactamente cuáles son las lecturas que corresponden a determinado día. Lea esas lecturas con suficiente tiempo para que usted se familiarice con ellas y las comprenda. Hay personas que practican frente a un espejo para percatarse de algunos gestos. No es justo llamar a una persona tres minutos antes del culto y pedirle que tenga una lectura. El mensaje de esa lectura es tan importante que necesita ser articulado eficientemente.

Voz y entonación. Cada lectura debe hacerse con voz clara, pronunciando cada palabra y con la debida entonación. Siempre la naturalidad es mejor que la afectación. Lea despacio, pronuncie correctamente y haga los énfasis donde correspondan. Tome nota de los puntos y comas. Haga contacto visual con la congregación regularmente. Mucha de la literatura bíblica es poética y por eso requiere atención especial.

Postura. La persona que va a leer debe estar lista para el momento indicado. No es de buen gusto que el oficiante tenga que llamar al lector o lectora, además de que interrumpe la secuencia litúrgica. No se apoye en el atril o ambón. Permanezca de pie en forma crecta con la cabeza erguida y no se ponga las manos en los bolsillos. Al cruzar frente al altar es costumbre hacer una reverencia discreta. No hace falta mencionar aquí que el lector debe estar bien presentado y hacer la lectura con solemnidad. Este no es el momento de buscar lentes apropiados o desconocer qué fragmento de las Escrituras se debe leer. Si se va a usar micrófono vea que éste esté graduado y no se acerque demasiado. Las ropas indecorosas o extravagantes no tienen lugar en la Iglesia.

Cómo comenzar. (...) [Algunas lecturas] tienen unas líneas introductorias en las que sitúan el pasaje en el contexto adecuado. En este caso, haga una pausa antes de comenzar la lectura propiamente dicha. Las rúbricas (...) señalan claramente cómo se anuncian las lecturas y qué debe decirse al final de las mismas. Antes de decir esto, debe hacer una breve pausa para que la congregación pueda responder al unísono (...).

                                                        ***

La segunda nota ("Saber leer") fue publicada originalmente en la revista Actualidad Litúrgica de México.


Saber leer

"No todos los que leen saben leer. Hay muchos modos de leer, según los estilos de las escrituras. No se han de leer las oraciones de Cicerón como los anales de Tácito, ni el panegirico de Plinio como las comedias de Moreto. Quiero decir que el que lee debe saber distinguir los estilos en que se escribe, para animar con su tono la lectura, y entonces manifestará que entiende lo que lee, y que sabe leer.

Muchos creen que leer bien consiste en leer aprisa, y con tal método hablan mil disparates. Otros piensan (y son los más) que en leyendo conforme a la ortografía con que se escribe, quedan perfectamente. Otros leen así, pero escuchándose, y con tal pausa que molestan a los que los atienden. Otros, por fin, leen todo género de escritos con mucha afectación, pero con cierta monotonía o igualdad de tono que fastidia. Estos son los modos más comunes de leer, y ustedes irán experimentando mi verdad, y verán que no son los buenos lectores tan comunes como parece".

 de El Periquillo Sarmiento, novela de José Joaquín Fernández de Lizardi

miércoles, 13 de marzo de 2024

"11 años después", por Luis Holmes

Nuestro amigo Luis Holmes nos remite una reflexión sobre el 11° aniversario del papado de Francisco I, en que nos relata sus sensaciones aquel 13 de marzo de 2013, de triste memoria.


13 de marzo de 2013. Mi señora y yo, después de comer, nos tiramos a dormir una breve siesta. Pusimos el despertador, ya que un rato después debíamos ir a buscar a nuestro hijo a la salida del turno tarde de su colegio.

Minutos después, cuando sonó la alarma, lo primero que hicimos fue prender el televisor del dormitorio, para saber si había alguna novedad del cónclave que se estaba desarrollando en Roma. Y en efecto, todos los canales anunciaban que había habido "fumata blanca" y que en cualquier momento se anunciaría el nombre del elegido. Mientras nos preparábamos para salir, estábamos pendientes de lo que escuchábamos en la tele. 

Cuando apareció el Cardenal Protodiácono nos sentamos en el borde de la cama, expectantes, frente a la pantalla. Mirábamos de reojo el reloj, porque la hora de salida del colegio se aproximaba; ello duplicaba los nervios del momento.

No bien el Protodiácono dijo "Georgium Marium", me agarré la cabeza y miré, desencajado, a mi señora, que estaba igual de impactada que yo.

No podíamos creer lo que acababa de ocurrir. Me quedé en casa, desolado frente al televisor, mientras mi señora iba a buscar a nuestro hijo.

Algunos amigos comenzaron a llamar por teléfono, compartiendo la alegría que empezaba a circular en sectores católicos argentinos, y a todos les respondí lo mismo: "Estoy impactado". De ese modo no mentía, sin tampoco "pincharles el globo" a quienes manifestaban esa inocente e ignorante euforia. Mi ánimo en ese momento era muy distinto.

Minutos después, las primeras palabras y la primera bendición desde la loggia de San Pedro ya confirmaron mis peores presentimientos. Esa fingida humildad;  la falta de los ornamentos y aclamaciones habituales ("Buona sera" en lugar de "Sia lodato Gesù Cristo"); esa sospechosa insistencia por llamarse "Obispo de Roma" (le hablaba a su "comunidad diocesana", a esa "bella ciudad" y anunció que iría a rezarle a María para que "custodie a toda Roma") en vez de autodenominarse Papa; esa velada demagogia...

A mis amigos más íntimos, ya desde los primeros días, les confié mi angustia. Algunos no podían creer lo que les contaba.

***

Conocí a Bergoglio personalmente a fines de los 70, cuando era Provincial de los jesuitas. Con un amigo (él apenas pasaba los 20 años y yo ni siquiera llegaba a ese edad) fuimos a verlo al Colegio del Salvador para plantearle una situación de una institución católica. Queríamos su opinión y su apoyo para resolver un problema que hacía tiempo obstaculizaba la vida de esa asociación. Con juvenil inocencia, le contamos todos los detalles de una asamblea que iba a tener lugar pocas semanas después, en la que finalmente se resolvería esa vieja cuestión.

Bergoglio nos escuchó atentamente, nos alentó  y nos dio todo su apoyo en nuestra inquietud.

Pero cuando llegó el día de la anunciada reunión, aparecieron varios ignotos "delegados", todos ellos procedentes de San Miguel (en las cercanías del Colegio Máximo), dotados de sendas credenciales que los habilitaban para votar en esa asamblea. Nadie los conocía,  nunca antes se habían puesto en contacto con los organizadores, y por su número podían decidir cualquier votación que se hiciera. 

La asamblea terminó en un escándalo. Bergoglio (a quien todos sabían detrás de la sucia maniobra) no pudo salirse con la suya (su intención era hacerse con el control de la institución), pero la anhelada solución al antiguo problema que la aquejaba se postergó por varios años.

Mis padres, así como amigos de mis padres y otros conocidos, todos ellos pertenecientes a la institución de marras, a cuya rama juvenil pertenecíamos mi amigo y yo (los que nos habíamos entrevistado con Bergoglio), que tenían varios años de militancia parroquial y conocían el paño jesuita,  cobraron desde entonces un especial recelo hacia ese nefasto personaje que, tras su hipócrita actuación ante mi amigo y yo, había montado ese artero ardid. Me corrijo: más que recelo era bronca e indignación.  Mi padre directamente no lo soportaba, y esa sensación persistió incluso siendo Bergoglio, unos 20 años después, Arzobispo de Buenos Aires.

Saltemos unos años hacia adelante. Hacia 20o3 ó 2004 compartí la mesa de una reunión familiar, junto con otros amigos, con un ex jesuita, que había dejado la Compañía precisamente por serios enfrentamientos con Bergoglio. En un momento de la animada conversación dijo esta frase que cito en forma textual, porque quedó grabada en mi memoria de modo indeleble: 

"Bergoglio quiere ser Papa; 

y si para ser Papa tiene que matar a la madre, 

va a matar a la madre".


Como es de imaginar, esa frase resonó con fuerza en mi mente hace exactamente 11 años.

Conocíamos también de forma personal y directa su carácter hosco y "amargo". Nunca habíamos visto una sonrisa sincera en su rostro. ¡Y cómo cambió eso después del 13 de marzo!

Como dije, en aquel fatídico marzo de 2013,  les conté a unos pocos amigos más íntimos mi verdadera opinión sobre el papa argentino supuestamente "humilde" y "pobre para los pobres". Algunos de ellos no podían creer lo que les relataba, pero no pasó mucho tiempo antes de que, uno a uno, todos reconocieran que tenía razón sobre el nefasto personaje: un obsesionado por el poder, autoritario y cínico.

En ámbitos eclesiales, esa misma opinión circulaba ampliamente en secreto. Me consta.  Una anécdota: en julio de 2013, durante una visita guiada a una iglesia porteña, de la que participé,  un sacerdote casi anciano (que, como párroco, había tenido que lidiar con el primero Coadjutor y luego Arzobispo de Buenos Aires) se manifestaba indignado por la elección de Bergoglio: "no sé cómo pudieron haberlo elegido Papa".

Pasaron los años, y hoy ya prácticamente no queda católico medianamente instruido que no opine pestes sobre el papa compatriota. Hace rato que cayó su careta de humildad, sencillez y pobreza, y quedaron a la vista los desastres doctrinales y disciplinares, su perfil de dictador, sus vergonzosos nombramientos, su "magisterio" ramplón, vulgar y casi monotemático,  su odio contra la fe tradicional de los católicos, sus guiños a los enemigos de la Iglesia... y la lista podría seguir. En las notas periodísticas sobre el papa en la Red, suelen estar desactivados los comentarios, ya que de lo contrario se llenarían (como ya ocurrió) de insultos. Los argentinos que tenían alguna ilusión de que visitara nuestro país no sólo ya la han abandonado, sino que han perdido todo interés. 

En fin: esto es sólo un resumen. Esta entrada podría extenderse casi indefinidamente en el mismo sentido.

Van 11 años de ese día nefasto. 



Al día siguiente, en la primera misa como papa, en la Capilla Sixtina, Francisco I dijo algo que -no lo sabíamos entonces, pero lo advertimos ahora- era  su inquietante plan de gobierno:

Si no confesamos a Jesucristo (...) acabaremos siendo una ONG asistencial, pero no la Iglesia, Esposa del Señor. 

¿Qué ocurre cuando no se edifica sobre piedras? Sucede lo que ocurre a los niños en la playa cuando construyen castillos de arena. Todo se viene abajo. No es consistente. 

Cuando no se confiesa a Jesucristo, me viene a la memoria la frase de León Bloy: «Quien no reza al Señor, reza al diablo». Cuando no se confiesa a Jesucristo, se confiesa la mundanidad del diablo, la mundanidad del demonio.

Luis Holmes 


Van 11 años convirtiéndonos en una ONG asistencial que no confiesa a Jesucristo, que no edifica sobre la roca firme del Señor y de su Evangelio, que ha caído en la diabólica mundanidad.

miércoles, 6 de marzo de 2024

La libertad de decir la verdad




Algunos dicen que las guerras futuras serán por el agua;  otros que por la información;  muchos afirman que por los recursos energéticos. Sin duda, habrá conflictos por todas estas cosas y por muchas más, y la maldad del hombre se encargará de inventar otras razones que aun no somos capaces de imaginar. 

Pero, sobre todo, el gran conflicto, la batalla crucial (antes de la última de las últimas, que comenzará cuando oigamos sonar trompetas en el cielo), no será por oxígeno, agua, fuego o petróleo, sino por la libertad de decir la verdad.

Chesterton lo dijo finamente:

There is one sin: to call a green leaf grey,

Whereat the sun in heaven shuddereth.

There is one blasphemy: for death to pray,

For God alone knoweth the praise of death.

There is one creed: ’neath no world-terror’s wing

Apples forget to grow on apple-trees.

There is one thing is needful—everything—

The rest is vanity of vanities.



Hay un solo pecado: decir que la hoja verde

es gris; de eso hasta el Sol en el cielo se estremece.

(...)

Existe un solo Credo: ninguna manzana olvida nunca

crecer sobre un manzano. 

Realidad hay una sola necesaria eternamente:

TODO, y el resto es vanidad

y por vanidad, perece.

Si queremos ser libres de poder decir la verdad y llamar las cosas por su nombre, tendremos que pelear. Y probablemente tendremos que morir. «Oí una voz que decía desde el cielo: Escribe: Dichosos los que mueren en el Señor» (Ap 14,13).


(Aquí la fuente de donde tomamos y adaptamos este texto)

miércoles, 28 de febrero de 2024

"Un pontificado agotador se acerca a su fin"

Hoy se cumplen 11 años del final del pontificado de Benedicto XVI. Pocos días más tarde fue elegido su sucesor, nuestro compatriota. Quienes lo conocíamos vivimos su elección con angustia y desolación desde el primer momento. El tiempo nos dio sobradamente la razón.  

Once años más tarde, la sensación de desazón, cansancio y hartazgo se ha extendido por toda la Iglesia. Prueba de ello es esta nota de Eric Sammons, publicada en Crisis Magazine el 5 de este mes.

Ofrecemos una traducción y leve adaptación del artículo.



"Un pontificado agotador 
se acerca a su fin"

Nos acercamos a los once años desde que Jorge Bergoglio fue elegido Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Si bien la mayoría de nosotros no sabíamos casi nada sobre el hombre cuando salió al balcón de la Basílica de San Pedro [1], ahora la mayoría de los católicos desearían saber menos de lo que saben. Desde el cardenal Danneels, partidario de pedofilia, que se unió a Francisco en ese balcón, hasta el reciente respaldo del Papa a las bendiciones para parejas del mismo sexo, la controversia ha rodeado este pontificado de principio a fin. No pasa una semana sin que el Papa revuelva la olla con alguna cita papal, documento o comentario casual.

Creo que hablo en nombre de muchos católicos cuando digo que todo el circo que rodea a Francisco se ha vuelto aburrido. Probablemente nada de lo que Francisco pudiera hacer o decir en este momento nos sorprendería, aunque todavía hace desesperadamente todos los esfuerzos posibles para hacerlo. Repetimos un ciclo tedioso:

Paso 1: El Papa dice o hace algo controvertido.

Paso 2: Los católicos conservadores y tradicionales critican sus acciones (los tradicionalistas directamente, los conservadores de manera más indirecta).

Paso 3: Los católicos progresistas se regocijan y consideran que el Papa quiere decir exactamente lo que dice.

Paso 4: Los "intérpretes" no progresistas del Papa  irrumpen en las redes sociales para explicar que el Papa en realidad no quiere decir exactamente lo que dice.

Paso 5: Regrese al Paso 1.

 

Es como si estuviéramos atrapados en un circuito de causalidad tipo Star Trek, condenados a repetir las mismas acciones una y otra vez. ¿Adónde nos lleva todo esto exactamente? ¿Se están ganando almas para Cristo? ¿Se está fortaleciendo la voz moral de la Iglesia en el mundo? ¿Están los malos actores de la Iglesia siendo expuestos y destituidos de sus cargos? Es difícil argumentar que alguna de estas cosas esté sucediendo.

Estamos cansados. Al despertarnos ante otra controversia papal, nuestro primer pensamiento es “aquí vamos de nuevo”. Sabemos qué tipo de Papa tenemos: un progresista centrado casi exclusivamente en asuntos terrenales, rodeado de hombres profundamente corruptos y aliados con las élites globalistas de este mundo. Si a eso le sumamos una animosidad irracional hacia la tradición católica, tenemos al Papa Francisco. 

Además, sabemos que el Papa es un hombre anciano y que no estará mucho tiempo en este mundo. Si es posible que una persona designada de por vida tenga un período de "pato rengo" [2], seguramente estamos viviendo en él ahora. La mayoría de los católicos fieles ahora ignoran al Papa Francisco y esperan (y rezan) por el próximo cónclave y por el próximo sucesor de San Pedro.

Cuando las generaciones futuras recuerden este pontificado, su legado estará lleno de ruido y furia, y no significará nada. Francisco se ha centrado en las últimas modas progresistas de este mundo, por lo que su impacto a largo plazo será insignificante en términos históricos. El Papa Juan Pablo II se enfrentó al comunismo; el Papa Francisco le tendió la alfombra roja. El Papa Benedicto XVI luchó contra la dictadura del relativismo; al Papa Francisco se le ha llamado con razón el Papa dictador. Ninguno de los escritos de Francisco resistirá la prueba del tiempo (especialmente en comparación con sus dos predecesores inmediatos), y la mayoría de los historiadores probablemente lo relegarán a un párrafo en la historia de los papas. 

Por supuesto, esto no es para minimizar el daño grave y eterno que ha causado a almas individuales por la confusión, el escándalo y la corrupción que ha sembrado. ¿Cuántas personas que sufren de atracción hacia el mismo sexo no abandonaron su estilo de vida pecaminoso y destructivo porque la Iglesia Católica pareció poner su sello de aprobación en ese estilo de vida? ¿Cuántos no católicos no consideraron convertirse en católicos porque la Iglesia parece tener un líder que no quiere que se hagan católicos? ¿Y cuántos católicos se han escandalizado tanto por este pontificado que han abandonado la Iglesia, cambiándola por la ortodoxia, el sedevacantismo o el ateísmo?

Aún así, ha habido cosas buenas que salieron de este pontificado, aunque sea sin querer. Después de todo, Dios puede sacar el bien de cualquier cosa, incluso de los peores males. Sé que muchos católicos han adquirido más conocimientos sobre su fe como respuesta a la necesidad de defensa de una doctrina que Francisco socava. Además, muchos católicos han comenzado el proceso de eliminar las "adherencias"  humanas al Depósito de la Fe con respecto al papel del papado. Gracias al Papa Francisco, los futuros católicos serán más cautelosos a la hora de crear un culto a la personalidad en torno a quien esté sentado en la Cátedra de San Pedro.

Durante la última década, Francisco ha hecho mucho ruido (...),  pero no puedo evitar pensar que su voz se ha debilitado con el tiempo. Muchos de nosotros le dimos el beneficio de la duda durante los primeros años de su pontificado, pero ese beneficio ha sido desperdiciado . ¿Quién lo considera ya un pensador serio? ¿Quién lo considera un verdadero líder moral? Cuanto más escuchamos de este Papa, más disminuye nuestro respeto por él como persona. La insistencia del Papa en “hacer lío” en lugar de limitarse a hacer su trabajo lo convierte en el adolescente inmaduro que se niega obstinadamente a limpiar su habitación.

Ya no estamos enojados. Simplemente estamos cansados. Cansados de la ambigüedad armada, cansados de los escándalos, cansados de convivir con las peores personas del mundo. La forma de este pontificado es clara y los registros históricos no serán amables con él. Si bien Francisco todavía puede causar daño antes de su juicio particular, la mayoría de nosotros simplemente estamos esperando tener un nuevo Papa que, ansiamos, ayude a limpiar el desastre. Hasta entonces, seguiremos viviendo nuestra fe con paciencia, porque “la tribulación produce la constancia;  la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza” (Romanos 5, 3-5).


[1] Por supuesto, esta afirmación no es válida para quienes conocíamos a Bergoglio desde antes... Pero aún así, vivimos de asombro en asombro desde el primer día.

[2] «Un pato rengo o pato cojo​ (del inglés, lame duck) es la denominación que se le da a alguien en un cargo electivo a quien se aproxima la fecha en que debe dejarlo, especialmente alguien para quien ya se ha elegido su sucesor. En sentido literal, la expresión hace referencia a un pato que no es capaz de seguir el ritmo de la bandada, y que por lo tanto se convierte en blanco de depredadores» (Wikipedia).

miércoles, 21 de febrero de 2024

Cátedra de San Pedro

Cuando había dos fiestas de la Cátedra de San Pedro (la del 18 de enero, Cátedra en Roma, y la de Antioquía el 22 de febrero), se leía en los Maitines de la primera, en el Breviario de San Pío V, el siguiente sermón del papa San León Magno. Lo publicó en enero Gregory Dipippo en New Liturgical Movement, en ingles, y aquí lo ofrecemos traducido al español, en la víspera de la actual fiesta. La imagen, con su epígrafe, es de la nota original.


Cuando los Doce Apóstoles, habiendo recibido por el Espíritu Santo el poder de hablar toda lengua, se propusieron enseñar el Evangelio al mundo y se dividieron entre sí las regiones de la tierra, fue elegido el bienaventurado Pedro, jefe del orden apostólico, para la ciudad capital del Imperio Romano, a fin de que la luz de la verdad, que fue revelada para la salvación de las naciones, fuera derramada con mayor fuerza a través de todo el cuerpo del mundo desde su propia cabeza. ¿De qué nación no había entonces hombres en aquella ciudad? ¿O qué no sabrían las naciones, una vez que Roma lo supo? Aquí había que pisotear las opiniones de la filosofía, aquí debían abolirse las vanidades de la sabiduría terrenal, aquí debía suprimirse el culto a los demonios, aquí debía destruirse la impiedad de todo sacrilegio, aquí, donde todo lo que se había establecido por vano error sobre el mundo entero era sostenido y reunido con la mayor diligencia por la superstición.


San Pedro camina sobre el agua (Mateo 14, 22-33) (...) 

El mosaico original fue realizado por Giotto en una pared del patio de la antigua Basílica de San Pedro en 1298, frente a la fachada de la iglesia. Sólo unos pocos fragmentos se salvaron de la destrucción de la antigua basílica; esta copia es una pintura al óleo realizada en 1628 a partir de dibujos del original. En 1675 se montó un nuevo mosaico con el mismo diseño en el pórtico de la nueva basílica, frente a la puerta principal, como recordatorio a los peregrinos que salían de la iglesia para orar por el Santo Padre (Imagen de dominio público de Wikimedia ).


A esta ciudad, pues, bendito apóstol Pedro, no dudaste en venir, y como tu compañero de gloria, el apóstol Pablo, estaba todavía ocupado en la fundación de otras iglesias, entraste en ese bosque de bestias rugientes, ese océano profundo y tormentoso, con más firmeza que cuando lo hiciste sobre el mar. Ya habías enseñado a los que habían creído de entre la circuncisión; ya habías fundado la Iglesia de Antioquía, de donde surgió por primera vez el noble nombre de cristianos; con tu predicación ya habías llevado la ley del Evangelio al Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia; y sin dudar del avance de tu obra, ni inseguro de la duración de tu vida, trajiste el trofeo de la cruz de Cristo a las fortalezas de Roma, donde el honor de tu autoridad y la gloria de tu pasión iban delante de ti por la providencia de Dios.

miércoles, 14 de febrero de 2024

Tiempo de Cuaresma: "Qué testigos son necesarios"

Nuestro reencuentro después de la pausa veraniega coincide con el comienzo de la sagrada Cuaresma. Elegimos para la ocasión un texto de Hans Urs von Balthasar, un "sermón radiofónico" sobre temas de la Cuaresma, publicado en el libro "Tú coronas el año con tu gracia" ¹.

El fragmento que transcribimos hace referencia al texto de la Transfiguración, muy propio de este tiempo, que en la actual distribución del Leccionario corresponde en todos los ciclos al Segundo Domingo de Cuaresma. Le añadimos una ilustración (el texto original carecía de ellas). Se trata de una foto propia, tomada en la iglesia ortodoxa San Jorge del Patriarcado de Antioquía, ubicada en la Ciudada de Buenos Aires.


Testigo de Cristo no es el que ha experimentado algo y da cuenta de estas experiencias internas y externas suyas. Muchos experimentan muchas cosas y, en el nivel de la experiencia, han experimentado muchas cosas mucho más estrafalarias, más fantásticas, que los testigos de Jesús. Esta experiencia no es un criterio del testimonio.

Testigo de Cristo no es el que, en lo que tiene que testimoniar, procediendo correctamente o con valentía y estupendamente, ha aprobado el examen con la mejor nota. Hay muchos que han aprobado los exámenes de Dios con sobresaliente (o al menos lo creen así), mientras que esto no se puede decir, desde luego, de Pedro, Santiago y Juan (también éste se durmió en el monte de los Olivos y estuvo rendido de sueño en el monte de la transfiguración).

Testigo de Jesús no es la persona espiritualmente cultivada acicalada,  perfumada, adornada con todos los medios de la cosmética espiritual, refinada, pulida, atildada, sino ese pobre diablo que no es nada y no tiene nada, porque lo ha entregado y lo ha dejado todo a Dios, y sobre todo a sí mismo, con la esperanza de que, si busca a Dios, todo lo demás le será dado por añadidura.

Sí, esto es realmente decisivo. El que se preocupa por su personalidad cristiana y su autorrealización, siempre, lo quiera o no, estará inquieto por su propio crecimiento, mientras que el testigo de Cristo por excelencia pronunció estas palabras: «Es conveniente que él crezca y que yo disminuya». El que se preocupa por su personalidad cristiana, tarde o temprano, consciente o inconscientemente, de un modo manifiesto u oculto, terminará poniendo el ídolo de la psicología en el altar en que deberían estar la palabra, la teología de Dios. El hombre ético, el moral, el que está bien formado religiosamente es siempre, una vez más, el hombre, el santo yo, el sagrado egoísmo.

Jesús necesita testigos de la Iglesia. Hombres que se hayan hecho a sí mismos completamente indiferentes, porque en el Tabor y en el monte de los Olivos han visto y oído lo que «ningún ojo humano ha visto, ningún oído humano ha oído, lo que no ha llegado al corazón de ningún hombre»., es decir, lo que sucede en el corazón de Dios y lo que él ha concedido ver, oír, experimentar a sus elegidos. Sólo hombres así, que se hayan olvidado y perdido completamente a sí mismos, se hayan extraviado, hayan sido encontrados por Dios, influyen en los hombres como testigos de Cristo. Pablo era un hombre así, y en Pablo no se da una psicología, porque ya no vive siendo él, sino que es Cristo el que vive en él: ¿Es Cristo, es el Espíritu Santo y la gracia de Dios; son la fe, la esperanza, la caridad un hecho psicológico? A los hombres les convence de la fuerza y de la verdad del hecho cristiano justamente, lo que en último término escapa a las categorías de la psicología profunda y la psiquiatría, por mucho que éstas se esfuercen. Este hombre es distinto de los otros: ¿De dónde lo toma? ¿De qué vive? Está dispuesto inmediatamente a decírnoslo. si queremos oírlo: «Cristo murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos» (2 Cor 5,15). «Todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él..., para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos» (Flp 3,8-10). Si la existencia del cristiano no testimonia la verdad del cristianismo, a saber, que Cristo, Dios y Hombre, murió y resucitó por nosotros pecadores, ¿para qué sirven entonces la predicación y el catecismo y todas las bibliotecas teológicas? El cristianismo no quiere ser verdadero en sí, quiere ser verdadero en nosotros; nosotros mismos, en nuestra vida, en nuestra fe, esperanza y caridad, nuestro sufrimiento y victoria, debemos ser los testigos del Señor.


Jesús necesita testigos de la Iglesia. Los necesita también de sí mismo. No todo en el cristianismo hay que reducirlo a la eficacia social. Hay un excedente que no cabe en la obsesión de la racionalización y el racionamiento de nuestra época. Realmente es muy chistosa esta relación entre razón y ración. Donde la ratio, la razón calculadora, lo domina todo, pronto cada cual tendrá que contentarse con la ración que se le asigna racionalmente; donde la técnica tiene hoy la última palabra, mañana la tendrá el comunismo. El cristianismo, por el contrario, es la religión de la libertad para Dios, de la libertad que Dios trae y que Dios es. La caridad no cabe en ningún cálculo; tampoco en el de la Caritas organizada y la Iglesia. A ella se le escapa lo más importante: la libre elevación del corazón a Dios, la oración sobre todo, la adoración, el agradecimiento, el corazón que se entrega a sí mismo completamente a Dios. Esto es lo que el Señor llama lo único necesario y lo que, desde luego, se le escapa por las mallas a cualquier estadística. Yo no digo que toda estadística tenga por esto que ser del diablo, aunque ésta era la opinión del Antiguo Testamento, puesto que la ira de Dios se alzó contra David porque hizo que se llevara a cabo un censo de la población, naturalmente para exhibir su poder de rey y, por eso, de qué modo tan pomposo había traído ya a la tierra el reino de Dios. Pero pongámonos la mano en el corazón: cuando se registra estadísticamente la cantidad de confesiones y comuniones, ¿no sería entonces lo único necesario saber qué confesiones y comuniones son, o qué amor de Dios se expresa verdaderamente en ellas? Lo único necesario es que los hombres testimonien la gloria del amor de Dios al mundo. Que, dando testimonio, adoren, y, adorando, den testimonio. Tabor: desde muy antiguo, éste fue en la Iglesia el nombre y el lugar de la contemplación. Contemplar a Dios en su gloria, por sí misma. Tres son elegidos para esto: la vida contemplativa es elección. No se entra en el convento para ser llamados “perfectos”. No se entra por sí mismo, sino por Dios. No se entra porque uno quiere, sino porque se sabe que uno tiene que entrar, y por eso entonces también se quiere. Los conventos  contemplativos son como la cúspide de la torre de la Iglesia terrenal, como una bandera que ondea allá arriba, desplegada al viento de Dios, y testimonia sobre la tierra el amor de Dios. Cuando los cristianos hacen la pregunta: ¿Para qué sirven ya los conventos contemplativos?, otras personas harán mañana la pregunta: ¿Para qué sirven ya estas iglesias y catedrales, cuya conservación cuesta tanto dinero al Estado? Y otras, pasado mañana quizá: ¿Para qué le sirven a la humanidad los poetas, los artistas, los sabios que no son químicos y físicos? Son irracionales, no los necesitamos.

En el monte se transfiguró Cristo, y por eso necesita testigos. Testigos que arriesguen su existencia por dar testimonio, a los que les baste como meta de su vida atestiguar la luz en el monte, la ciudad en el monte, la libertad de Dios en el monte. Tal testimonio es más una carga que una dignidad. Exige una vida que conozca y propague el aire del monte, el aire de las alturas. Nada la puede sustituir; para la santidad no hay una lámpara bronceadora ni un vaporizador del ozono. Es auténtica, o no lo es de ninguna manera. Todo depende, en último término, de un sencillo cambio de agujas: el primer carril lleva al yo, a la personalidad cristiana; el segundo, a Dios y al testimonio de la fe. A la sencilla expresión: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu voluntad». A la sencilla expresión: «No como yo, sino como quieres Tú, Padre». Más difícil que esto no es el cristianismo.


¹ Hans Urs von Balthasar: "Tú coronas el año con tu gracia" - Sermones radiofónicos. Ediciones Encuentro, Madrid, 1997